Un estudio de Miguel Ángel Gómez Martínez sobre la Guerra de Marruecos. Como protagonista, el joven bastetano Eduardo Gómez Romera, soldado de reemplazo que perteneció al Regimiento de caballería Villarrobledo. Eran los años 1924-1925.
El corcel de fuego
-«Levantarse, que marchamos a Ceuta»
En el antiguo Cuartel de la Bomba[1], la voz del cornetín de toque de diana bien pudo entonar estas o parecidas notas la mañana del 29 de septiembre de 1924, rompiendo aquella calma silente de soñolencia.
Ha llegado el día señalado de la partida para las inhóspitas tierras norteafricanas donde, una vez más, el segundo jinete, la guerra, espera y desafía al soldado de España blandiendo su temible espada y cabalgando su caballo de color de sangre.
A los veintidós años Eduardo Gómez Romera debe ir a la guerra, la guerra de Marruecos.[2]
«Estas tierras de África son ahora como hace tres años, testigo de tragedias, de sangre, de duelos y tristezas. Sus naturales semisalvajes, fanáticos, han vuelto a preparar las armas de la muerte.» (Rey, 1924) [3]
En la festividad de San Miguel Arcángel, el Exmo. Señor General Gobernador Militar de la plaza de Badajoz[4], por medio de Real Orden Telegráfica, comunica a los mandos del Regimiento de Cazadores de Caballería Villarrobledo núm. 23 la orden de partida para Marruecos del escuadrón expedicionario[5] en el que está encuadrado el joven soldado bastetano de caballería de 22 años Eduardo Gómez. La salida se realiza este mismo día.
Apenas ha comenzado un nuevo otoño. Es la estación del año que el gacetillero de la prensa del momento describe con estas palabras henchidas de despreocupación y ligereza pequeñoburguesa como fin del risueño soñar estival y la vuelta a la realidad implacable de la vida.
Universidades e institutos se vuelven a poblar con la loca algazara estudiantil. La vida intelectual, suspendida unos meses, retoña más briosa y pujante.
Mientras la clase acomodada y favorecida por su privilegiada vida reanuda el hilo interrumpido de sus deberes o quehaceres y la actividad en los centros oficiales comienza a alcanzar toda su plenitud, los soldados del pueblo[6], para quienes este día le fue marcado con piedra negra y almagre, se enfrentan a los peligros de la odiosa, aborrecible y nefanda guerra. «La guerra, que, frente al moro, cae sobre nosotros como una maldición atávica.»[7] (Gasset, 1013)
Para el soldado terminaron los días tranquilos y la rutina de la vida cuartelaria. Lo envían al intrincado corazón de Yebala;
[1] El desaparecido Cuartel de la Bomba o de Caballería estuvo situado en el baluarte de San Juan de Badajoz, Fue derribado en los años sesenta del siglo XX. Este cuartel se encuentra referido por primera vez en el año 1779. Su recinto se disponía en torno a un patio cuadrado. En la planta alta se acogía a la tropa y en la baja a los caballos. En la parte posterior del edificio, había otro patio en el que permanecían los caballos del coronel del Regimiento, el ganado de tiro, la enfermería, la cantina, el taller del armero, el herradero y el botiquín de caballos.
[2] El Magreb- el-Aksa de los árabes, la Mauritania Tingitana o Transfretana de los romanos.
[3] Diario La Montaña. Diario de Cáceres, (1924) Cáceres, nº2429 ,18 de noviembre de 1924, p.1.
[4] Gobernador militar accidental General de Bngada D. Maximiliano de la Dehesa López
[5] Se trata del tercer escuadrón del Regimiento.
[6] GONZÁLEZ VILART, M., (1924) Carta abierta, Diario El Noticiero Universal, nº 12.286, 9 de octubre de 1924, p.17.
[7] GASSET, R., (1913) Problemas de África y problemas de España, Revista África española, nº1, Madrid, p.15.

Las primeras páginas del estudio:









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